España

 JOSÉ ORVICH

«La sociedad miró más por las cabras que por nosotros»

 Uno de los últimos músicos callejeros lamenta la postura de las protectoras de animales al prohibirle contar con mascotas en sus actuaciones

 

José Orvich, tocando el órgano y la trompeta en la ronda
de Outeiro junto a su mujer y su hijo. Óscar parís

Por: Alberto Mahía - La Coruña - 11/12/2011

Los últimos músicos callejeros

Las cabras ya no hacen gracietas por las calles. Ya no se las ve haciendo piruetas sobre un pedestal ni bailando Paquito el chocolatero. Han dejado de girar como un disco al ritmo de la trompeta de un gitano suplicando mano a mano una lluvia de monedas que el público lanzaba desde la platea de los edificios. A las cabras las han quitado de las calles porque las protectoras de animales han visto en estas actuaciones un maltrato animal. Ahora los gitanos tocan solos. Y cada vez son más pocos.

Quitarle a la cabra fue para José Orvich como si le amputasen una pierna. Se crio con ellas. Aún no tenía ni cuatro años y ya recorría junto a su padre medio país arrastrando un chivo, pasando horas con él enseñándole a hacer piruetas hasta convertirlo en un equilibrista. A algunos les faltaba hablar. Ganaban dinero y con eso también ganaba el bicho, «que no solo de hierba vivía». ¿Había maltrato? «Maltrato fue el que nos hicieron a nosotros, que nadie se preocupó de mí y de mi familia cuando nos prohibieron volver a sacar el animal a la calle», denuncia este hombre de 33 años, natural de Vilagarcía de Arousa y que lleva el apellido más gitano que se puede tener.

Ahora ya no hay cabra que acompañe a José Orvich y su orquesta, que se ciñe a un órgano y a una trompeta. ¡Con el buen servicio que le hacía! Hace años que la ha tenido que dejar en casa pastando y camina las calles junto a su esposa e hijo de 16 meses. Ella pasa la gorra acunando a la criatura y él toca algunas de las diez mil piezas que se sabe. Las aprendió de oído, porque su único conservatorio de música fue su padre. Pero no solo eso. Orvich destaca que «la música te obliga a estar al día de todo lo que sale. Lo escucho varias veces, ensayo y lo saco a la calle»,

Crisis

Fueron sus buenas dotes de artista, esas tablas adquiridas junto a su familia, las que le dieron la oportunidad hace años de pertenecer a una orquesta de relumbrón. Durante unos años dejó la calle y la cabra y se subió a un bus para recorrer Galicia de fiesta en fiesta. La crisis golpeó el sector y tuvo que reabrir la empresa familiar. Pero sin cabra. Porque, insiste, «la sociedad miró más por ellas que por nosotros». Desde entonces, se ha casado, ha tenido un hijo y ha de sacar adelante una familia haciendo lo que mejor sabe. Pero está a punto de doblar. Dice que eso no es vida, que no puede seguir pateando las calles con su mujer y su pequeño, haga sol o un día de perros. «No podemos seguir así. No tenemos con quién dejar al crío. En cuanto encuentre un trabajo lo dejo», avisa.

Y no lo va a dejar porque le vaya mal. Su situación económica no está parar tirar cohetes, pero «sacamos para cubrir todas nuestras necesidades». Sabe que sin cabra sigue siendo «el de la cabra». Y todos los días pierde la cuenta de la gente que le pregunta por el animal. Pero lo bueno es que sin cabra «el público sigue dándonos monedas».

Gustos populares

Ahora ya no busca tanto un cruce entre calles. Busca un bar con clientela, frena su órgano con ruedas y empieza el concierto. Dos o tres piezas, su esposa pasa la gorra por el respetable y de nuevo a caminar. Cada día se lo dedica a un barrio. Y son los más humildes los que mejor le funcionan, según cuenta. Es un público «muy agradecido», que gusta de los pasodobles y el merengue. Pero sin la cabra, «ya no es lo que era».

Fuente: la Voz de Galicia

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