España

Clases de tolerancia para jóvenes en el poblado gitano de "El Gallinero"

Un profesor de Viso del Marqués, en Ciudad Real, lleva a sus alumnos al poblado gitano para tender un puente entre dos mundos antagónicos

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 Foto: Ramón Martín

Por: Luis Miguel L. Farraces - Madrid - 06/06/2011

Viso del Marqués y El Gallinero parecen a simple vista dos mundos totalmente diferentes. Y es que la distancia que separa la localidad ciudadrealeña del poblado gitano rumano, situado a apenas unos minutos de la Puerta del Sol, es mucho mayor que los 268 kilómetros que entona el GPS con voz fantasmagórica. Es además la distancia que cabe esperar que exista entre un próspero pueblo manchego y uno de los mayores focos de infravivienda de Madrid. Entre chavales que lo tienen todo y niños que juegan cada día entre ratas. En definitiva, entre el primer y el tercer mundo.

Sin embargo, hace tan solo unos días un grupo de cuarenta chavales fue capaz de tender un puente entre estos dos escenarios a priori antagónicos. La pasada semana 20 alumnos del IES Los Batanes de Viso de Marqués dejaron las cuatro paredes del instituto para juntarse con otros tantos chicos de El Gallinero en Madrid. El promotor de ese sorprendente cambio de aula fue uno de sus profesores, Rafael Robles. «Don Rafael», como le conocen sus alumnos, viene haciendo este año con sus chicos un seguimiento de las noticias que se publican sobre el poblado. «Yo, entre otras cosas, soy profesor de Ética. Es una asignatura que no puedes enseñar solo en los libros de texto, aunque te pueden ayudar con conceptos teóricos. Pero  «la ética también hay que vivirla», señala.

Un día, cuando se dio cuenta de que ese seguimiento teórico de los problemas de la comunidad gitana rumana de El Gallinero no daba para más, descolgó el teléfono. Al otro lado estaba Francisco Pascual, profesor de Filosofía retirado y voluntario casi a tiempo completo en la Parroquia de Santo Domingo de La Calzada, oasis de comprensión para las gentes del lugar. «Nos llamaron desde Viso del Marqués para ver si podían venir y les dijimos que sí inmediatamente», comenta Paco. «Es fabuloso que los padres de los chicos les autoricen a venir hasta aquí. Ojalá fueran así todas las familias de España», sonríe.

Tras las presentaciones pertinentes, el plan pasa por llevar a los chicos al Parque de Atracciones de Madrid para que, en un ambiente propicio, lleguen a conectar. «Mi objetivo no es que los chicos dejen de ser racistas o empiecen a serlo. Mi objetivo es que tengan una experiencia y después juzguen. Sin mediadores, sin repetir lo que les dicen los medios, la gente del pueblo o quien sea», comenta Rafael.

En pocas horas, entre montañas rusas, sillas voladoras y otros divertimentos, los alumnos del IES Los Batanes -mayoritariamente chicas- ya recorren el Parque de la mano de los muchachos de El Gallinero entre risas. «Estos de Ciudad Real unos chicos geniales y muy inteligentes», comenta Florin, de 14 años. «Es el mejor día de mi vida, no se meten conmigo por ser distinto. Nos estamos divirtiendo mucho», sonríe. Los prejuicios empiezan a caer.

Sara, alumna de 1º de Bachiller, coincide con Florin. «Aunque están un poco locos, son unos chavales estupendos. Está siendo una experiencia muy positiva», asegura flanqueada por Viconte y Tatalin, dos chicos del poblado. La integración ha sido un éxito, pero aún queda la parte más importante del día. Tras una jornada de convivencia en el Parque, los chicos de El Gallinero llevan ahora a sus nuevos amigos a conocer su hogar.

Visita guiada al poblado

El Gallinero no es precisamente el paraíso soñado por un adolescente español. La basura se acumula en el perímetro del poblado, las ratas campan a sus anchas entre los lugares de juego de los niños y ni siquiera hay agua corriente. El 'skyline' que conforman las decenas y decenas de chabolas sobre una pequeña colina es bien distinto al de la Castellana, ese que los chicos de Ciudad Real relacionaban irremediablemente con Madrid. Pero a estas alturas parece que esas cosas no tienen mucha importancia. Los chicos de Viso del Marqués recorren atentos el poblado, cogen en brazos a los niños más pequeños. Niños de ojos profundos, que sonríen, descalzos algunos, ennegrecidos por la suciedad.

«Ha sido fenomenal, un día como nunca», asegura Laura, estudiante de 2º de Bachiller. «Al principio no sabías qué te ibas a encontrar, pero es que hemos hecho hasta amigos. Me da mucha pena irme y no saber si volveré a ver a estos chicos», comenta. Apenas unos minutos después dejará escapar alguna lágrima en el camino de vuelta al autobús.

«La verdad es que me ha sorprendido mucho porque la imagen que vemos en televisión está totalmente distorsionada», asegura por su parte Eva, compañera de Laura. Aquí hay grandes personas y me he llevado una grata sorpresa. Tenemos muchísimas cosas en común», comenta. Su amiga Sara añade «Somos jóvenes, reímos con lo mismo, nos preocupan cosas muy parecidas...»

El último comentario de Sara es, pese a su brevedad, una gran lectura de la realidad de los chicos de El Gallinero. Porque el objetivo de los voluntarios que trabajan día a día con los jóvenes gitanos rumanos del poblado no es obtener caridad para ellos. El objetivo de estas decenas de jóvenes es que la sociedad madrileña les reconozca como tales. Chicos que, a pesar de vivir aislados, tienen mucho en común con los hijos del resto de ciudadanos a los que se presuponen unos estudios, una vida laboral. Un futuro. «Somos iguales, pero a cada uno nos ha tocado nacer en un sitio», señala Laura. Y es entonces cuando, tras unas horas de convivencia, parece que Viso del Marqués y El Gallinero quizás estaban más cerca de lo que parecía al comenzar el día. A veces las lecciones más valiosas, como advertía Don Rafael, están fuera de los libros.

Fuente: ABC

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